En los últimos años se habrán cansado de escuchar que no es adecuado usar el castigo físico para educar a los menores. La mayoría de los psicólogos y profesionales de la educación aseveran que no es un método efectivo a largo plazo, y que presenta un gran número de "efectos secundarios" negativos. Por lo tanto la conclusión según los especialistas es que no se debe propinar un azote o incluso gritarle a un niño cuando se porta mal y que podría ser perjudicial para su desarrollo personal.
Sin embargo, estas afirmaciones contrastan con la experiencia de muchos padres y madres actuales ya que por un lado, ellos cuando eran pequeños recibieron más de un azote durante su educación y es razonable que piensen: "En mi caso no resultó tan malo" "Yo no estoy traumatizado por ello" etc. Por otro lado, en la educación cotidiana con sus hijos comprueban que si su hijo se está portando mal, y le dan un azote, inmediatamente deja de portarse mal, y además uno se queda mucho más relajado, entonces,...
¡¿CÓMO QUE NO FUNCIONA?¡
En realidad tanto los gritos como el castigo físico, para el que los administra, funcionan como un mecanismo de descarga emocional y para el que los recibe como algo desagradable. Por tanto, es razonable que el que los sufre trate de evitarlos en el futuro y el que los administra sienta cierto alivio tras aplicarlos.
Debido a lo anterior, inicialmente si que es un método efectivo: si el niño está haciendo algo mal y recibe un grito o un azote en ese instante, la próxima vez, recordará lo ocurrido y puede que desista en su intento. No obstante, a nivel educativo su eficacia es muy limitada ya que existen varios aspectos a tener en cuenta:
Por una parte, todos y todas, en su experiencia cotidiana habrán podido comprobar que cuando una persona grita, al principio, puede resultar desagradable, sin embargo, si lo hace con frecuencia nos acostumbramos y llega un momento en el que nos parecerá algo indiferente.
Este mismo proceso ocurre en la educación de los hijos. Las primeras veces al pequeño le resulta tremendamente desagradable recibir un grito o un azote, de ahí que inmediatamente cese el comportamiento inadecuado. Sin embargo, al cabo de un tiempo se habitúa y deja de provocar el efecto inicial. En estos casos, para que siga funcionando habría que aumentar la intensidad del castigo, es decir, pegar más y más fuerte, aunque hay que tener en cuenta que el niño con el tiempo se habituaría de nuevo y no se puede aumentar la intensidad eternamente. Pronto nos quedaremos sin recursos.
Por otra parte, no debemos olvidar que los niños y niñas aprenden en gran medida por observación. Infieren como deben comportarse, relacionarse y como resolver sus conflictos observando e interpretando las actitudes, el comportamiento y la forma en la que sus padres o cuidadores se relacionan.
De lo anterior se pueden extraer algunas conclusiones importantes:
- Ante estas situaciones el menor percibe el creciente enfado y descarga emocional de los padres por lo que pueden interpretar que éstos se han enfadado y se han descargado con él y no que su comportamiento fuese inadecuado.
- Se genera tensión, nerviosismo y un clima agresivo en el hogar cada vez que tiene lugar un comportamiento que pueda no ser adecuado.
- El mensaje que aprenderá el niño es "Si no te parece bien lo que hacen los demás has de golpearlos"
- No siempre serán niños pequeños, con el tiempo crecerán y si solo se utiliza este recurso,...
¿qué hacemos cuando el infante se convierta en un adolescente de metro ochenta?
¿Responderá a un azote? o aplicará aquello que le hemos enseñado durante todos estos años:
"Si algo no te gusta GOLPEA, y si no responde: GOLPEA más y MÁS FUERTE."