En
ciertas ocasiones algunos niños y niñas no son cuidados y
protegidos de forma adecuada por sus padres biológicos. Cuando esto
ocurre, la administración interviene para garantizar el bienestar de
estos pequeños y en muchos casos es necesario separarlos de su
familia de origen para garantizar su seguridad.
Para
que estos niños y niñas puedan disfrutar de una infancia
normalizada en el seno de una familia, la legislación española,
dispone de dos medidas de protección: el acogimiento familiar y la
adopción.
El
acogimiento familiar se postula como la opción más
adecuada cuando no es aconsejable que el niño pierda su identidad
familiar debido a la existencia de vínculos afectivos positivos con
algunos miembros de su familia biológica o bien cuando no es posible
establecer otra medida más estable.
Por
otra parte, en los casos en los que no existe posibilidad de retorno
con su familia biológica y la vinculación afectiva es perjudicial o
inexistente, la medida idónea es la adopción.
Los
pequeños que comienzan la convivencia con una
familia acogedora o adoptiva, han tenido que sufrir, por una parte,
las brutales circunstancias que han originado la salida de su entorno
familiar, que con gran probabilidad ocasionarán alteraciones en su
desarrollo.
Por
otra parte, a pesar de que su entorno familiar no fuese beneficioso
para ellos, hasta este momento, era el único que
conocían y por lo tanto, la separación de sus padres desencadena una
importante ruptura que lleva aparejado un profundo sentimiento de pérdida. Por desgracia para estos pequeños, esta no es la
única separación que experimentarán en sus cortas vidas.
Tras
la separación de su familia biológica, algunos niños y niñas son
cuidados en centros de protección de menores y otros en familias
acogedoras temporales durante el tiempo que transcurre hasta que se
consiguen las condiciones necesarias para poder establecer un
acogimiento permanente o una adopción.
Estos
procesos suelen durar varios meses y en algunos casos más de un año,
por lo tanto, los pequeños continuarán con su desarrollo y establecerán nuevos lazos afectivos con las personas que los cuidan. En algunos casos esta será su primera relación afectiva de calidad. No obstante, cuando comienzan a disfrutar de cierta estabilidad deben volver a
cambiar de familia.
Como
vemos, la vida para estos infantes ha tenido un principio mucho más
difícil que para el resto de bebés que son cuidados y protegidos de
forma adecuada por sus padres desde su nacimiento. Sin embargo, ahora
comienza una nueva etapa para ellos y, en esta ocasión, disponen de
una nueva familia que le aportará todo el cariño, cuidados y
protección que no han podido disfrutar anteriormente.
La
mayoría de los niños y niñas acogidos o adoptados consiguen
superar los perjuicios derivados de las experiencias vividas con su
familia biológica, de su paso por el centro de protección de
menores así como de las sucesivas despedidas que han tenido que
afrontar. A partir de este momento podrán disfrutar de una infancia normalizada junto a su nueva familia.
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